Sana Sanita…

¡Lo que nos cuesta pedir perdón!

He perdido varias oportunidades de retomar este camino que me lleva hacia vosotros y hoy voy a escribir algo sobre lo que llevo un tiempo dando vueltas sin ser capaz de encontrar el momento.

La verdad es que vuelven a mi cabeza algunas frases que me empujan a ser valiente con lo que deseo hacer. Y es que aún tengo en la memoria esas palabras, las que como un soniquete cantaba mi madre cada vez que uno de nosotros se hacía daño a otro. Después venia la “investigación” en forma de preguntas tan claras como directas:

¿Quién ha sido? ¿Quién ha empezado? Y… ¿Porque?

Siempre la imparcialidad y la causa del daño como principio, pero después la enseñanza, muy bien… “pues ahora le das un beso a tu hermano y le pides Perdón”.

Esa era la enseñanza en nuestras riñas y nos las hacía poner en práctica, una y otra vez, tanto en familia como con los amigos.

¿Cómo la sabiduría natural de aquella mujer le hacía tener tanto juicio?

Recuerdo que una vez mi padre le dejó un dinero a un amigo y éste no podía devolvérselo; pasaba el tiempo y este amigo dejó de venir por nuestra casa. En el fondo el asunto no era cuestión de ofensa pero mi madre le decía “eso es mejor que se lo perdones” que des la deuda por saldada pues al final vamos a perder el dinero y al amigo. Era una gran persona, se llamaba Antonio y era carnicero en el mercado de abastos. Nunca pagó las 25.000 pesetas pero es verdad que no perdimos su amistad. Salvando las distancias es el mismo principio que se desprende de la parábola del esclavo (Mateo 18: 23-35).

No es fácil hablar del Perdón así tal cual, directamente, pero me gustaría dedicar un poco de tiempo a concretar algunas ideas que me van viniendo y que a esta altura de la vida me hacen saber que siempre es bueno pedir perdón.

Sé que perdonar es muy difícil y que otorgar el perdón supone no guardar resentimiento sin esperar compensación alguna por el daño. Dicho así parece un sencillo juego de palabras, pero os aseguro que el fondo de esta reflexión solo se alcanza desde el aprendizaje, desde la educación, desde “el entrenamiento”, y eso debe fraguarse como un deportista, desde muy temprana edad, vamos, en la familia.

Perdonar es un acto de amor sincero ya que el amor no lleva cuenta del daño. ¿Quién sino una madre puede decirte que le des un beso al que te había propiciado un golpe?. Ellas saben muy bien que el amor está por encima del dolor y hasta de la ofensa. También saben que cuesta pedirlo y que el tiempo juega a la contra, por eso es mejor actuar pronto para evitar que enraíce y crezca el resentimiento.

Me quedo con las palabras del papa Francisco encomendó a las familias seguir el “peregrinaje doméstico” como un “lugar privilegiado en el que se experimenta la alegría del perdón”, “la educación a la oración”, el agradecimiento y la cercan

“En el seno de la familia es donde se nos educa al perdón, porque se tiene la certeza de ser comprendidos y apoyados no obstante, frente a los errores que se puedan cometer”

En este sentido una lección importante es aceptar que no somos seres perfectos. No somos padres perfectos, ni hijos perfectos…sino que caminamos juntos para alcanzar la misma meta. Si deseamos que los demás  perdonen nuestros errores, igualmente nosotros debemos saber perdonar. Creo que este planteamiento realista nos puede acercar a la felicidad.

Practicar el perdón es vivir en la esperanza de restituir los propios errores. Muchas personas depositan la felicidad en la perfección cuando la vida nos enseña que se puede ser una buena persona aceptando que no somos perfectos. Vivir lastrados a una idea imposible es como estar parado frente a un paisaje que recoge sueños inalcanzables. El papa Francisco dice de la familia que es un gran gimnasio y humildemente yo pienso que además es un enorme laboratorio de ensayos.

No soy un experto en religiones pero comulgo en el cristianismo como la religión del amor. Me hace sentir bien la idea de un dios que predica con el perdón. Vivir lo que está sucediendo en el mundo nos presenta un firmamento de conflictos muy densos y preocupantes. No hay día que la sangre derramada de inocentes no sea el titular de la noticia. De un lado los atentados del islam que nos hacen enmudecer, viviendo el terror como un implacable destello que no sabemos hacia donde se puede dirigir la próxima vez. De otro lado el dictador venezolano que mata silenciosamente a su pueblo, por no hablar de Corea del Norte y su desequilibrado presidente, amenazando La Paz con su arsenal nuclear.

Poner un poco de serenidad y vivir la calma del perdón, nos puede hacer perder esta congoja. Es bueno centrarnos en desennegrecer el futuro, apuntalando el mundo con humanismo y un poco de cultura en la fe. Quizás esto nos permita vencer a las tinieblas de quienes amortajan la luz.

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