El pasado domingo asistí a través de televisor a un espectáculo que no me cogió de nuevas, pero que me hizo reflexionar nuevamente acerca del comportamiento de determinados políticos.
Me he referido muchas veces acerca de la necesidad del buen gobierno, a mantener un comportamiento ético y responsable para con la ciudadanía; aquella que le ha prestado su confianza con el fin de solucionar sus problemas más inmediatos. Una ciudadanía que ha creído en nosotros, los políticos, como instrumento de coordinación de fuerzas y creador de sinergias entre los sectores más relevantes de la sociedad, garantizando la Gobernanza del País, y siempre con un objetivo común: el Bienestar de TODOS los ciudadanos.
Lo que observé, durante el 27-S, fue a una sociedad movilizada, no solo por el ejercicio del derecho al voto y ánimo independentista, sino también por un temor fundado en caerse a un precipicio. No fue un día cualquiera. Nos jugabamos mucho los catalanes en particular y el resto de españoles en general.
No se trataba de unas elecciones cualquiera: algunos querían que fuera un plebiscito y querían pasar a la historia por ello. Les importaba nada el bienestar de los suyos y querían pasar a la posteridad como artífices de una Secesión. En concreto, de la Secesión de un país que tiene una Constitución que ha demostrado ser el marco normativo que más prosperidad ha dado a un país en su historia.
Algunos han demostrado ser como el hijo prodigo, que se enfrenta a su padre, pide la herencia y la dilapida. Pero éste, a diferencia del de las Escrituras, sigue empecinado en seludir abusando sin importarle nada el bienestar de los suyos ni el de los demás.
Probablemente su soberbia no le deja ver lo que ha hecho ni lo que quiere seguir haciendo, y probablemente los que están a su lado estén igualmente cegados y no tenga a nadie que le diga cuales son las consecuencias de sus actos…, él sigue pareciéndose al niño inmaduro que sigue empecinado en probar cosas nuevas y no escucha las palabras de su progenitor que tiene más experiencia.
La tensión vivida en muchos hogares es parte del dolor que está infundiendo a su “padre”. Ojala tenga la posibilidad de darse cuenta y tener la humildad suficiente para decir que se ha equivocado. Quizás así, como el de las Escrituras, reciba todo lo que es bueno para su pueblo y para toda España en su conjunto; un pueblo que ha sido un ejemplo y una referencia mundial en algo tan difícil y complejo como es la transición a una democracia.
Finalmente me pregunto: ¿Les ha merecido la pena este intento de fracturar este gran país? y ¿aprenderemos los españoles algo de todo esto?